El diseño de Dios para los géneros

¿Cómo puedo asumir el diseño original si no tengo esposo, desconozco candidatos viables para casarme, los hombres de mi congregación no asumen el liderazgo, y los demás son incrédulos?

Excelente pregunta.

En esta publicación consideraremos de qué manera los creyentes solteros, viudos o que atraviesan procesos dolorosos en sus familias, pueden procurar el modelo de Dios en este mundo caído.

¡Comencemos!

El diseño original fue creado para el Edén, no para una sociedad quebrantada por el pecado. Por esto puede parecer impráctico en la actualidad.

Cuando Jesús llegó a la tierra, sus discípulos esperaban que asumiera un trono en Jerusalén para destruir a los romanos. Y de alguna manera su expectativa era correcta (Miq 5:5-15). La confusión radicó en que Dios planeaba solucionar el mayor problema de la humanidad antes emprender su conquista militar y juicio.

Jesús vino a pagar nuestra deuda y a comenzar una restauración progresiva de nuestra alma antes de juzgar a las naciones (2P 3:8-13).

El evangelio nos transforma en nuestros deseos, creencias y motivaciones, impulsándonos a procurar lo bueno en medio de un mundo quebrantado y de vidas que aun retienen consecuencias del pecado.

Por esto no vemos una expresión completa de los roles creados por Dios. Padecemos consecuencias que deben repararse paulatinamente y que en ocasiones permanecen durante toda nuestra vida cristiana.

Nuestro deseo de vivir los roles o nuestro desempeño dentro de ellos puede resultar frustrante porque vivimos en un mundo dañado por el pecado y porque la obra del Espíritu aún no se completa en nosotros.

Al considerar este tema, siempre debemos recordar que no vivimos en el paraíso para el que fue diseñado el modelo divino.

Experimentaremos realidades y relaciones con cuotas de insatisfacción porque este no es el mundo diseñado por Dios. Satanás es “el dios de este mundo” (2Co 4:4). Debemos esperar que la vida en la tierra sea así.

Incluso dentro de las iglesias percibimos consecuencias del pecado en relación a los roles.

Muchas congregaciones que carecen de liderazgo masculino porque los hombres son pasivos, centrados en el trabajo o incluso incrédulos. 

Igualmente vemos hermanas asumiendo posiciones de enseñanza y liderazgo que no les corresponden.

También es común la escasez de prospectos para el matrimonio en las iglesias, y vemos familias rotas o viviendo de espaldas al diseño de Dios.

Pero debemos recordar que todo esto es consecuencia del pecado remanente en nosotros. Aun no rendimos todas nuestras áreas pecaminosas a la buena voluntad de Dios.

Ante esta realidad muchos se preguntan: ¿No deberíamos pasar por alto algunos aspectos del diseño original para responder a las necesidades actuales de la vida, iglesia y sociedad? ¿Acaso no deberíamos ignorar aspectos de la enseñanza bíblica para “impulsar” la obra del evangelio y nuestra satisfacción personal?

Aunque tengamos que hacer algunas excepciones nunca debemos pensar que esta es el propósito definitivo que Dios tiene para nosotros.

Por ejemplo, puede que una hermana tenga que asumir el discipulado de decenas de personas mientras se levanta un caballero, pero no hay necesidad de ordenarla como pastora para ello. Puede ser la discipuladora de los hermanos mientras capacita líderes que asuman el pastorado.

De igual manera, las madres solteras o casadas con incrédulos deben liderar a sus hijos en el temor de Dios mientra les enseñan el modelo divino para que lo asuman en la próxima generación.

A medida que las generaciones pasan, la obra del Espíritu puede establecer más y más familias temerosas de Dios, que se conformen a su modelo y que muestren al mundo el buen propósito que el Creador tiene para ellos en Cristo.

Debemos cuidarnos de la voz de la serpiente que engañó a Eva en el principio. De seguro nos tentará a asumir funciones que no nos corresponden para satisfacer necesidades inmediatas, o en el caso de los solteros a procurar matrimonios con incrédulos. Pero todos conocemos el fin de sus intenciones (1Pe 5:8). No debemos rendirnos en nuestra búsqueda de asumir el modelo de Dios (2Co 6:14-18).

Mientras tanto, aquellos que viven en soledad deben recordar que siempre tendremos alguna cuota de sufrimiento mientras estemos de camino al Paraíso. Por esto Jesús nos enseñó a orar pidiendo “venga tu reino” (Mt 6:10). Este será el fin de nuestro sufrimiento.

No obstante, la obra del Mesías ha llenado de significado a la soltería al traernos una relación con el Padre, al darnos una familia de fe y un propósito para el cual podemos ser incluso más efectivos como solteros.

El apóstol Pablo dijo: “desearía que todos los hombres fueran como yo. No obstante, cada cual ha recibido de Dios su propio don, uno de una manera y otro de otra. A los solteros y a las viudas digo que es bueno para ellos si se quedan como yo. Pero si carecen de dominio propio, cásense… El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor; pero el casado se preocupa por las cosas del mundo de cómo agradar a su mujer” (1Co 7:7-9, 32-33) (1Co 15:34-35, 39-40).

Los creyentes tenemos un Padre, una familia y una misión que nos llenan de propósito incluso para prescindir del matrimonio si así Dios lo permite.

Por esto no debes sentirte fracasado o inferior por tu soltería o viudez. Tampoco debes envidiar a los demás. Recuerda que tendrás una eternidad de soltería donde serás totalmente pleno por la satisfacción que la presencia de Dios traerá a tu vida (Mt 22:30).

Independientemente si somos casados o solteros, todos debemos dedicarnos a la obra del evangelio, sabiendo que “el tiempo se ha acortado; de modo que de ahora en adelante los que tienen mujer sean como si no la tuvieran; y los que lloran, como si no lloraran; y los que se regocijan, como si no se regocijaran; y los que compran, como si no tuvieran nada; y los que aprovechan el mundo como si no lo aprovecharan plenamente; porque la apariencia de este mundo es pasajera” (1Co 7:29-31).

Mientras llegamos al paraíso, sirvamos a Jesús de acuerdo a nuestro género, rol y condición designados por Dios, y sembremos para aquel reino que poseeremos para siempre, donde disfrutaremos una familia y herencia que nadie podrá arrebatarnos.

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