El diseño de Dios para los géneros

Cristo nos hizo a todos iguales ¿cierto?

Esta pregunta enciende debates en todo el mundo. Tal vez resulte útil considerarla formulando otras preguntas:

¿Acaso Cristo hizo que los hijos ya no deban someterse a sus padres? (Ef 6:1-3).

¿Acaso Cristo anuló la sujeción de los cristianos al gobierno? (Rm 13:1).

¿Abrogó Cristo la sujeción de la iglesia a sus ancianos? (1Co 16:15-16; Heb 13:17).

¿Acaso la cruz eliminó la sujeción de los siervos a sus amos? (Cl 3:22).

Ahora quiero preguntarte, ¿Acaso Jesús nos hizo iguales de una forma que anule estas responsabilidades?

Como podrás notar, la igualdad de Cristo no se refiere a nuestras funciones dentro de la sociedad, familia e iglesia, sino a nuestra condición eterna. Todo creyente es igualmente redimido e hijo de Dios. Los judíos no son más hijos de Dios que los gentiles, ni los hombres más amados que las mujeres, todos son uno en Cristo.

En este sentido el apóstol Pablo dijo: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa” (Gl 3:28-29).

Sin embargo, cada vez que leemos sobre los deberes cristianos vemos que los roles designados por Dios al principio permanecen en la actualidad.

En esta publicación hablaremos sobre los roles originales específicamente dentro de la iglesia. ¿De qué manera se expresan los roles en la obra de la iglesia?

¡Comencemos!

El Espíritu Santo dijo: “no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre… porque Adán fue creado primero, después Eva” (1Tm 2:13).

Muchos afirman que esta declaración sólo buscaba corregir la conducta de las mujeres en Éfeso en lugar de prohibir el pastorado y enseñanza congregacional de la mujer. Pero debemos preguntarnos: ¿cómo se puede decir que esta afirmación es cultural cuando nace del orden de la creación?

Nota la razón que presenta el apóstol Pablo: “Adán fue creado primero, después Eva”.

Al igual que en la familia y sociedad, Dios estableció que los varones fueran responsables de liderar a la iglesia de Jesucristo. Y este liderazgo está ligado a la instrucción congregacional y al ejercicio de la autoridad.

Por esto, sabemos que los caballeros son responsables de liderar sus familias e iglesias bajo el temor de Cristo, enseñando las Escrituras y coordinando el funcionamiento y avance de la congregación en la voluntad de Dios (1Tm 3:1-8; 1Co 14:34-35; 2Tm 2).

Las mujeres por su parte deben complementar a sus esposos y hermanos en el ministerio.

Ya sea enseñando a mujeres más jóvenes (Tit 2:3-5), ejerciendo el diaconado (1Tm 3:11), discipulando a las naciones (1P 2:9, Dt 6:1-9, Rm 16:1-7, Cl 4:2-3), profetizando (1Co 11:5), amonestando y enseñando con la palabra de Cristo en la comunión cristiana (Cl 3:16), hablando en lenguas con intérprete para edificación mutua (1Co 11:5, 14:27-28), orando (1Co 11:5), realizando obras de misericordia (Rm 12:8), participando en la administración de la iglesia (1Tm 3:11), enseñando a niños y jóvenes (2Tm 3:14-15), aconsejando o instruyendo en contextos no congregacionales (Hch 18:24-26), las hermanas deben impulsar el reino de Dios con toda diligencia.

Los caballeros debemos estimular a las hermanas al involucramiento fervoroso en la obra del Señor, mientras coordinamos el desarrollo de la obra y asumimos la instrucción bíblica de la congregación.

Los roles originales nunca deben resultar en la pasividad de uno de los géneros, sino en el involucramiento diligente y bíblico de ambos. Dios nos ha entregado el modelo complementario para nuestro bien y para el avance de su obra. 

Recuerda su apreciación al respecto: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gn 1:31).

La complementación de ambos géneros en la iglesia traerá el avance del reino de Dios. Pero aún no hemos considerado a aquellos que permanecen solteros dentro de la iglesia. En la próxima publicación hablaremos al respecto.

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