La mujer ideal y su relevancia para todo hombre, incluso para los casados
5. La última característica de esta cualidad hacendosa es la diligencia en la supervisión del hogar.
La mujer virtuosa “vigila la marcha de su casa, y no come el pan de ociosidad” (Pr 31:27). El temor de Dios en ella se expresa mediante un cuidadoso seguimiento de lo que ocurre en su entorno.
Ella supervisa cómo hablan sus hijos, cómo usan su tiempo, qué hacen sus criadas, cómo está el almacén de alimentos. Tiene un criterio definido sobre cómo deberían ocurrir las cosas en su hogar y vigila atentamente para garantizar este propósito.
La mujer piadosa no es una madre descuidada. Ella no ignora lo que ven o hacen sus hijos y criados. No se distrae en vanidades ni ocio, sino que permanece enfocada en el propósito que definió con su esposo para garantizar el bienestar de su casa. Su presencia garantiza que sus hijos y criados realicen sus asignaciones respectivas impulsando el desarrollo de la familia.
Esta característica nos mueve a suponer que ella también identifica e interviene cuando uno de los suyos está decaído emocionalmente, o cuando hay conflictos familiares, garantizando la paz y el orden del hogar. Ella gobierna la creación de Dios puesta bajo su administración y se esfuerza por el correcto desarrollo de todo dentro de su hogar.
Esta presencia orientadora y permanente en el hogar es menospreciada actualmente. Lamentablemente la poca supervisión de muchos hogares a causa de malos hábitos de organización familiar ha conllevado a un torrente de malos hábitos en los hijos e incluso de abusos sexuales entre miembros de la familia.
No dejo de sorprenderme de la frecuencia con que niños, jóvenes, adolescentes, ¡e incluso adultos! atraviesan toda clase de experiencias degradantes por la carencia de supervisión y orientación piadosa. Esta es sólo una de las muchas consecuencias de la ausencia de vigilancia e instrucción paterna oportuna.
No solo ésto, sino que los hogares donde los padres son ausentes, o negligentes en la supervisión de sus hijos, carecen del estímulo necesario para desarrollar hábitos de estudio, de higiene apropiada, de sana recreación y espiritualidad bíblica. En ausencia de liderazgo, los más débiles en el hogar pierden la posibilidad de desarrollar su vida espiritual y potencial práctico.
La mujer hacendosa es sabia, por eso “teme y se aparta del mal” (Pr 14:16), ella entiende que su hogar requiere de su vigilancia y supervisión para que todos florezcan.
Esto nos permite recordar el hecho de que un carácter maduro y ordenado tiende a organizar su entorno. Este principio es natural y muy evidente.
Las personas que aman la paz rehuyen de ambientes conflictivos, quienes aman la variedad huyen de la monotonía, los que buscan la justicia se alejan de lugares impíos, y quienes procuran el orden rechazan entornos desordenados. Nuestra naturaleza tiende a procurar entornos semejantes a nuestro carácter.
Cuando la imagen de Dios cuando es restaurada por la obra del Espíritu en nuestra vida, tenderemos al orden en nuestros asuntos, porque el Dios que nos hizo a su semejanza se caracteriza por ordenar la creación (2Co 3:18).
El comienzo de la historia bíblica nos muestra que “La tierra estaba sin orden y vacía” (Gn 1:2), pero Dios envió su palabra y ordenó la creación en seis días. Luego de esto, “plantó un huerto hacia el oriente, en Edén, y puso allí al hombre… para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn 2:8,15). Cuando la tierra se llenó de violencia, decidió purificarla con el diluvio y reordenarla por medio de la descendencia de Noé (Gn 6-9), y más adelante cuando los hombres se rebelaron en Babel intervino para establecer sus propósitos nuevamente(Gn 11).
La manifestación más gloriosa de la naturaleza ordenadora de Dios es la nueva creación en Jesucristo. Ésta comenzó con la obra del Mesías, que está restaurando la imagen de Dios en su pueblo, y preparándolo para heredar una nueva tierra, perfectamente ordenada, y llena de paz bajo la autoridad de Dios.
Juan escribió que en esta nueva creación “ya no habrá más muerte, ni habrá más duelo, ni clamor ni dolor porque las primeras cosas han pasado” (Ap 21:4).
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