La mujer ideal y su relevancia para todo hombre, incluso para los casados

1. la primera característica de esta cualidad en Proverbios 31 es la diligencia para suplir necesidades del hogar.

La mujer de Proverbios 31 se caracteriza por ser diligente para atender las necesidades de su familia. Se la compara con una nave de mercader. No se inmuta ante largos recorridos para traer trigo y aceite que alimenten a los suyos (Pr 31:14).

Sus pies están prestos para servir. No hay carencias en su casa por motivo de la negligencia. Ella no delega estas tareas a su marido. Toma la iniciativa y trae los insumos para el hogar.

En ocasiones tengo la impresión de que muchas mujeres contemporáneas son blandas de carácter y dependientes de sus esposos para tareas como estas. Creo que el pasaje de la mujer virtuosa sugiere que esto es un aspecto negativo de carácter. Nuestra mujer ideal “se ciñe de fuerza y fortalece sus brazos” (Pr 31:17). El temor de Dios y la sabiduría movilizan su espíritu hacia la diligencia y hacia un corazón esforzado en el servicio de su hogar.

A diferencia de esto, algunas mujeres parecen desarrollar una actitud de debilidad, de dependencia de sus padres o esposos para cubrir las necesidades del hogar, incluso de sus trabajos. La mujer de nuestro pasaje evidencia que esto no es una virtud, ni una conducta aceptable. La mujer temerosa de Dios es esforzada para servir a su familia.

Muchas mujeres y madres solteras muestran que esta actitud débil y dependiente es innecesaria. En vista de su condición, deben desarrollar un carácter fuerte y la habilidad de organizar su vida para atender hogares, cuidar de otros y trabajar ¡Y consiguen hacerlo! Por esto creo que la mujer temerosa de Dios también será capaz de cultivar este corazón esforzado.

Esto me lleva a pensar que los varones debemos contribuir a formar este carácter en nuestras hijas y esposas. Ciertamente debemos servirles y dar nuestras vidas por ellas “como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella”(Ef 5:25). Pero notemos que el texto de Efesios 5 enseña que Jesús se entregó por la iglesia “para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (Ef 5:26-27). La entrega de Cristo apuntó a la santificación de la iglesia, no a la deformación de su carácter. 

Pienso que una sobreprotección por parte de los esposos, o un servicio indiscriminado del varón en las tareas hogareñas puede cultivar una actitud dependiente o incluso negligente en la esposa. 

Un ejemplo de esto es la crianza. En la medida que los padres sobreprotegen a los hijos y les privan de responsabilidades y esfuerzos en la vida cotidiana, estos se vuelven perezosos, indisciplinados y dependientes. Dañamos a nuestros hijos cuando los alejamos del privilegio del trabajo y de la posibilidad de forjar un carácter aguerrido y esforzado.

Quiero aclarar que no pienso que debemos tratar a nuestras hijas y esposas como hombres, ni tampoco abandonar las responsabilidades del hogar enteramente sobre ellas. Durante los últimos años he notado de primera mano que las mujeres requieren del apoyo y de la protección de los varones, especialmente en tareas de esfuerzo físico. 

Basta con mirar a nuestro alrededor para notar cuántas hermanas y familiares sufren de dolores en sus articulaciones, huesos, columnas, descalsificaciones en sus huesos, afectaciones en su sistema nervioso u hormonal, y gran agotamiento por jornadas extendidas de trabajo y atención del hogar.

Creo que este panorama debe impulsar a los caballeros (especialmente a los hermanos), a servir a las hermanas y mujeres de la comunidad para aliviarles muchas cargas que afectarán su salud física y mental. Pero esto debemos hacerlo de manera que no las privemos de la oportunidad de cultivar un carácter fuerte y esforzado como el de la mujer virtuosa.

2. Una segunda característica de esta cualidad hacendosa es la diligencia para atender y organizar su casa desde la madrugada.

Ella “se levanta cuando aun es de noche, y da alimento a los de su casa y tarea a sus doncellas…” (Pr 31:15).

Como todo líder responsable, esta mujer sabe que su ejemplo y protagonismo es clave para el éxito familiar (Jn 13:12-16; Flp 4:9). Entiende que su hogar necesita su diligencia y presencia prominente para permanecer movilizado y productivo.

La mujer virtuosa activa su hogar desde la madrugada. Ella no espera ni siquiera que sus criadas le preparen el desayuno ¡Ella toma la iniciativa! Nadie más coordinará su casa. Se levanta a oscuras y dirige las tareas con todo cuidado.

Es interesante notar que esta mujer es rica pero al mismo tiempo servicial. Ella viste de “lino fino y de púrpura” y su esposo “es conocido en las puertas de la ciudad cuando se sienta con los ancianos de la tierra” (Pr 31:22-23). Estas características eran propias de las personas adineradas de la época. Sin embargo, esto no la vuelve dependiente de su personal de servicio, sino que ella misma se levanta para servir y movilizar a sus criadas. 

Esta mujer que teme a Dios se asemeja a Jesús, el Creador del universo, quién dijo: “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20:28). El temor de Dios que vemos en Jesús es también evidente en esta mujer, que siendo ama de sus criados, se levanta junto a ellos y les sirve desde la madrugada. El dinero y el confort no desviaron su corazón de la voluntad de Dios. 

Esto nos recuerda el hecho de que a medida que una persona crece en temor de Dios, se conformará a Jesucristo, quien cumplió la voluntad del Padre sirviendo a seres malos e inferiores.

Por esto la vida de sus auténticos discípulos se orienta hacia la diligencia y el servicio, hacia la entrega y la santa potenciación de otros. Sus vidas reflejan la enseñanza del Mesías, quién dijo a sus siervos: “Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan” (Jn 13:13-15)

Debemos aprender de la mujer virtuosa y despojarnos de la pereza y egocentrismo de nuestra época. Debemos organizar nuestra vida en virtud de la maximización del rendimiento de nuestras familias e iglesias.

Es triste notar que factores temporales e intrascendentes como un horario de clase o de trabajo nos movilizan, pero cuando carecemos de ellos podemos tender a la negligencia o inconstancia en nuestro hogar o iglesia. Debemos recordar que no hay temor de Dios en una vida que se rehúsa a servir a su hogar y congregación para que todos sean potenciados y alcancen su máxima edificación y rendimiento.

Busquemos al Señor en arrepentimiento y diligencia porque “El temor del Señor es el principio de la sabiduría” (Pr 1:7). Su obra en nuestro corazón puede hacernos diligentes y serviciales, capaces de impulsar a nuestras familias e iglesias al crecimiento espiritual y máximo rendimiento en esta vida pasajera.

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