El diseño de Dios para los géneros
¿Cómo funcionaría una organización donde el gerente limpia, el vigilante administra, coordinadores consultan al bedel, y el presidente se ausenta frecuentemente? ¿Existe la posibilidad de que tal institución prospere?
Todos sabemos la respuesta. Sin embargo, muchos pensamos que la humanidad puede vivir a espaldas de los roles creados por Dios y tener éxito.
En la publicación anterior consideramos el hecho de que el hombre y la mujer, el feto y la madre, el joven y el anciano poseen la misma dignidad porque portan la imagen de Dios. Pero muchos asumen que esto implica que todos debemos y podemos hacer las mismas cosas.
Actualmente muchos creen que nuestro género y rol no debe afectar nuestra forma de vivir. En esta publicación abordaremos este tema.
¡Comencemos!
Imagina que uno de tus familiares pretendiera ingerir líquidos empleando tenedores o comer pasta con cuchillos, incluso cortar cosas con cucharas, ¿Pensarías que actúa de una manera eficiente?
El sentido común nos indica que cada objeto es adecuado, ¡aún diseñado! para una función específica. Por esto resulta tan difícil pensar que Dios, el Creador por excelencia, diseñaría nuestros géneros ¡tan claramente diferenciados! para las mismas funciones ¿cierto?
Dios creó al hombre y a la mujer con diferencias tan marcadas porque les asignó diferentes roles. Pero como vimos en la publicación anterior, esto no implica la superioridad de uno sobre el otro.
De la misma manera que un bedel posee la misma dignidad que un astronauta, los hombres poseen el mismo valor que las mujeres aunque tengan distintas funciones de acuerdo al modelo de Dios.
La pregunta con respecto a los roles no debe ser ¿quién sirve a quien?, o ¿quién gobierna a quién?, sino más bien ¿de qué manera sirve cada género?
De acuerdo al cristianismo, toda acción y función humana debe ser una expresión de servicio. Podemos leer esto en las siguientes palabras de Jesús:
“Sabéis que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean sobre ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mr 10:42-45).
De acuerdo al cristianismo, todos los discípulos de Jesús son siervos. Hombres y mujeres, padres e hijos, diáconos, pastores y apóstoles, todos tienen el mismo llamado: dar su vida para servir a los demás (Jn 13:12-17).
No obstante, esto no anula la realidad de los roles. Luego del nacimiento de la iglesia, el Espíritu de Jesús reafirmó los roles creados al comienzo de la historia diciendo:
“quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios” (1Co 11:3).
Por esto sabemos que Dios ha creado cada género con el propósito de que sirvan de diferentes maneras.
Lo que dificulta asumir los roles creados por Dios es nuestro pecado. La forma en la que pretendemos vivir los roles produce infelicidad porque dejamos de lado el modelo de Dios.
Los hombres tendemos a la tiranía o a la pasividad, las mujeres a la rebeldía o al consentimiento dañino. Los niños piensan que son independientes y los abuelos asumen tareas paternas. Por supuesto que dejaremos de apreciar la utilidad de los roles en un mundo como este.
No obstante, de la misma manera que no deberíamos desechar la gerencia porque el gerente de nuestra introducción estaba desenfocado, o menospreciar la política porque conocemos casos de corrupción, tampoco deberíamos desechar los roles porque la humanidad los deforma a causa de su pecado.
Necesitamos una verdadera solución para la vida, para la familia y para la sociedad, y ésta es asumir el diseño original de Dios: la complementariedad del hombre y la mujer bajo el gobierno de Jesucristo.
De acuerdo a éste modelo, el hombre y la mujer son iguales en dignidad y condición: Criaturas a imagen de Dios y siervos de Dios para administrar la tierra; pero ambos con diferentes roles.
El hombre fue creado primero bajo la responsabilidad de liderar la sociedad y la mujer fue creada luego, como la ayuda esencial para lograr esta misión. Leemos esto en las primeras páginas de la Biblia:
“El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara… Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea… Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne…” (Gn 2:15,18,24; ).
Dios concibió la unidad de ambos géneros para conformar una complementariedad que administrara perfectamente la tierra y la llenara de una descendencia santa que viviera en el temor de Dios.
Tristemente, la desobediencia del hombre conllevó a la entrada del pecado y del conflicto entre los géneros (Gn 3). Desde entonces los hombres no actuamos como hombres ni las mujeres como mujeres sino que perseguimos el egoísmo de nuestro corazón (Pr 28:26).
No obstante, llegado el tiempo, el Padre envió a un hombre perfecto, un segundo Adán que vivió sin pecado y aplacó la ira divina sobre nosotros (1Co 15:45-49; Rm 5:12-21). Jesús de Nazareth murió por nuestros pecados y resucitó al tercer día para comenzar la restauración de la creación rota por el pecado.
Quienes creen en Cristo y se someten a su gobierno, reciben el poder divino para retomar sus roles originales: El Espíritu Santo viene a morar dentro de ellos para conformarlos progresivamente a la imagen de Jesús que es la perfecta imagen de Dios (2Co 3:18).
De esta manera, recibimos la capacidad de regresar al diseño original y a la paz que todos deseamos.
En los próximos escritos compartiremos sobre las funciones de cada género dentro de la familia e iglesias.
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